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Un caramelo


Bueno fuera que olvidarte fuera sencillo. Sencillo no será nunca de olvidar tu manera de morder tu labio inferior con ensayada falta de inocencia, ese movimiento cósmico y periódico no puede ser espontaneo, y si lo es, es imposible catalogarlo como tal; hundir mis largos y gruesos dedos entre tu castaña e indómita melena debería ser delito, rehacer cada uno de tus rizos con mis dedos es un placer que no debería serle permitido a los terrestres, mucho menos de la forma tan perezosa en que yo realizo dicha acción.
Mirarte a los ojos es el confesionario más duro del mundo, con solo sentir tus pupilas taciturnas fijarse sobre las mías, un frío me recorre la espalda y siento que con solo esa simple mirada de un ojo entreabierto, puedes saber todo lo que mi comportamiento oportunista te esconde.
No quisiera hablar ya de tus manos porque son tan ínfimas, tan delicadas que podrían sostener todos mis más grandes problemas y aun así no caer a la fragilidad ni en la derrota, ¡Si pudieras convertirte en Atlas, el mundo no temería jamás!
Que cretino soy contigo, como te engaño diciéndote que te ignoro, ¡Si supieras que no puedo pasar un día sin pensar donde estarás poniendo los ojos!, ¡Como daría mi vida y mi casa en Aedo por tener 39 minutos diarios de sentimientos puros contigo! Y sin embargo, siempre siento que tengo horas y horas para desnudar y desmenuzar tu alma; hay tantas cosas que me gustaría poder decirte y no encuentro una manera vaga, sucia y desprolija para hacerlo, solo encuentro expresiones rebuscadas entre libros de Neruda, pero no tengo ganas de escribir los versos más tristes esta noche, ni de implorarte que no mueras, eso es el pasado; solo quiero decirte que eres un caramelo.

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